-¿ qué no eres humano? Entonces... un
extraterrestre... no serás verde, tendrás seis ojos y siete
brazos...- le contesté burlándome de él
-Jajajaja... casi...- me respondió
entre carcajadas, podía imaginarme sus labios, esbozando aquella
sonrisa encantadora, aún en la completa oscuridad, su sonrisa oculta
era preciosa.
-¿Cómo que casi? Enserio...
-No mujer, no soy humano, pero tampoco
soy extraterrestre..
- Ni humano, ni extraterrestre... pues
no lo entiendo- Ya estaba empezando a tocarme un poco las narices, no
comprendía por que no se explicaba ya, y él comenzaba a
darse cuenta de mi desazón.
-No soy humano, porque mi naturaleza no
es la misma que la tuya, y no soy extraterrestre porque no vengo de
otro planeta. Existo en este mundo mucho antes de que tu llegaras.
Realmente para mi, el extraterrestre eres tu. Yo existo desde la
fundación de este mundo, desde la primera partícula, desde el
primer aliento de vida que surgió en toda esta materia, mientras que
tu, el ser humano en general, vino aquí, nos invadió, nos desterró
y tuvimos que sobrevivir
-Sobrevivir.. ¿a qué?- En ese
instante Víctor me soltó, sus brazos ya no me sustentaban, y volví
a sentir el frío de la oscuridad, el temor volvió a inundarme
lentamente, y mi deseo por encontrarlo, abrazarlo, besarlo, era
incontrolable... - ¿Víctor?... ¿sigues ahí?
-Sigo aquí- su frase sonaba pálida.
-Dime, ¿por qué estamos a salvo en
este lugar? ¿y por qué la oscuridad completa? - alcé las manos,
intentando encontrarle, pero parecía que se hubiese desvanecido en
la nada. Si alguien me viera en este momento diría que estoy
completamente loca, agitando los brazos sin alcanzar destino.
-Cuando el consejo se enteró de tu
existencia se me prohibió verte, y me mandaron que destruyese todos
nuestros sueños, que eliminara cualquier rastro de Lucia en el
mundo, se me obligó a destruirte.
- A destruirme... ¿por eso estoy aquí?
¿vas a matarme?
-Si
El
Corazón se me heló, una sensación de pánico me ahogaba el pecho y
me quedé petrificada en mis pies. No podía creer lo que estaba
escuchando ¡Matarme! ¡iba a matarme! Y lo peor de todo es que no
dudaba en su afirmación, ni por un solo instante lo dudó, ni un
segundo de cortesía se tomó para realizar su sentencia. Y allí me
encontraba yo, sumida en una obscuridad completa, indefensa y
entregada a lo que se suponía era el fin de mi existencia.
Continuará...
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